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domingo, 1 de mayo de 2016

Paul Auster: La invención de la soledad. O historias de vida y muerte.






  La historia comienza al final. Hablar o morir. Y mientras uno siga hablando, no morirá. La historia comienza con la muerte. El rey Schahir ha sido engañado por su esposa: «y no dejaban de besarse, abrazarse, tocarse y emborracharse». El rey se aleja del mundo y jura no volver a sucumbir a las artimañas femeninas. Más tarde, al regresar a su trono, satisface sus deseos poseyendo a las mujeres de su reino y, una vez satisfecho, las manda ejecutar. «E hizo esto durante tres años, hasta que la tierra se quedó sin jóvenes casaderas y todas las mujeres, las madres y los padres lloraban y gritaban en contra de su rey, maldiciéndolo y quejándose al creador del cielo y de la tierra, y suplicando ayuda a Aquel que escucha y responde a las plegarias de aquellos que lo invocan; y aquellos que tenían hijas huyeron con ellas, hasta que no quedó una sola chica soltera en la ciudad.»

  Entonces, Scherezade, la hija del visir, se ofrece para entregarse al rey («Su memoria estaba llena de todo tipo de versos, cuentos, leyendas, además de dichos de reyes y eruditos, y era sabia, prudente y bien educada»). Su padre, desesperado, intenta disuadirla pensando que se encamina a una muerte segura, pero ella permanece impasible: «Cásame con este rey, pues o bien seré el medio para salvar de la muerte a las hijas de los musulmanes, o pereceré como han perecido otras.» Se va a dormir con el rey y pone en práctica su plan: «contar… historias encantadoras para velar su sueño…; yo seré el instrumento de mi salvación y de la liberación del pueblo de esta calamidad, y gracias a mí el rey cambiará su costumbre».

  El rey acepta escucharla y ella comienza su relato, que es un cuento sobre la narración de cuentos, una historia con varias historias dentro, cada una de ellas acerca de la narración de cuentos, gracias a la cual un hombre se salva de la muerte.

  Comienza a despuntar el alba y en la mitad de la primera historia dentro de otra historia, Scherezade se queda callada. «Esto no es nada en comparación con lo que te contaré mañana por la noche», le dice, «si me dejas vivir.» Y el rey se dice a sí mismo: «Por Alá que no la mataré hasta que escuche el resto del cuento.» La joven continúa así durante tres noches, dejando los cuentos inconclusos y haciendo referencias a la historia del día siguiente, donde ha acabado el primer ciclo de cuentos y donde comienza uno nuevo. En realidad, es cuestión de vida y muerte. La primera noche, Scherezade comienza con «El genio y el mercader»: un hombre se detiene a comer en un jardín (un oasis en el desierto), arroja el hueso de un dátil, y ve que «un gigantesco genio aparece ante él, con una espada en la mano, se acerca y le dice:

  »—Levántate, que te mataré, igual que tú has matado a mi hijo.

  »—¿Y cómo lo he matado? —pregunta el mercader.

  »—Cuando arrojaste el hueso del dátil —respondió el genio—, éste golpeó el pecho de mi hijo, que pasaba por allí, y murió de inmediato.»

  Aquí aparece la culpa del inocente (al igual que en el destino de las jóvenes casaderas del reino) y al mismo tiempo el nacimiento de un hechizo: convertir un pensamiento en una cosa, hacer que lo invisible cobre vida. El mercader pide piedad y el genio acepta posponer la ejecución, pero exactamente un año más tarde debe volver a ese mismo lugar, donde el genio cumplirá con la sentencia. Ya se vislumbra un paralelismo con la situación de Scherezade, ya que ella también pretende retrasar su ejecución. Sembrando aquella idea en la mente del rey, defiende su caso, aunque de tal forma que el rey no lo sospecha; pues ésta es la función del cuento: hacer que un hombre vea una cosa ante sus ojos, mientras se le enseña otra distinta.

  Pasa el año y el mercader, fiel a su palabra, vuelve al jardín, donde se sienta y comienza a llorar. Entonces pasa por allí un anciano tirando de una gacela con una cadena y le pregunta al mercader qué le ocurre. El anciano se queda fascinado con la historia del mercader (como si su vida fuera un cuento, con un comienzo, medio y final, una ficción creada por otra mente; y en efecto así es) y decide quedarse a esperar a ver qué sucede. Entonces pasa otro anciano con dos perros negros, la conversación se repite y él también se sienta a esperar. Enseguida aparece un tercer viejo, tirando de una mula moteada y la historia se repite una vez más. Por fin aparece el genio en «una nube de polvo y un enorme torbellino que surge del corazón del desierto», y justo cuando está a punto de decapitar al mercader con su espada, el primer anciano da un paso al frente y le dice:

  «—Si te cuento una historia sobre esta gacela, ¿me darás un tercio de la sangre del mercader?»

  Aunque parezca sorprendente, el genio acepta, del mismo modo que el rey ha aceptado escuchar el cuento de Scherezade, de buena gana y sin dudarlo.

  Hay que destacar que el anciano no intenta defender al mercader tal como sucedería en un juzgado, con argumentos, ideas y pruebas. Eso haría que el genio observara lo que de hecho ya ve, y él tiene una idea formada sobre ese asunto. Por el contrario, el anciano desea alejarlo de los hechos y de la idea de la muerte, deleitándolo (literalmente, engatusar, del latín delectare) con una nueva idea de la vida, que más adelante lo hará renunciar a la obsesión de matar al mercader. Una obsesión como ésta lo encierra a uno entre los muros de su soledad y no le permite ver otra cosa que sus propios pensamientos. Un cuento, sin embargo, al no ser un argumento lógico, rompe esos muros; da por sentada la existencia de otros y hace que el que escucha se ponga en contacto con ellos, al menos en sus pensamientos.

  El anciano se enfrasca en un relato descabellado:

  «—Esta gacela que ves aquí —le dice—, en realidad es mi esposa. Durante treinta años vivió conmigo y en todo ese tiempo no pudo tener ningún hijo. —(Otra vez la alusión al niño ausente, el niño muerto, el que no ha nacido, que devuelve al genio a su propio dolor pero a su vez, de forma indirecta, a un mundo donde la vida y la muerte son equivalentes.)—. Así que tomé una concubina y tuve con ella un hijo como una luna llena, con ojos y cejas de perfecta belleza…»

  Cuando el hijo tenía quince años, el anciano se fue a otra ciudad (él también es un mercader), y en su ausencia, la esposa celosa se sirvió de la magia para convertir al niño y a su madre en un ternero y una vaca. Cuando regresó, la mujer le dijo: «Tu esclava murió y su hijo huyó.»

  Después de un año de duelo, la vaca fue sacrificada, según los planes de la esposa celosa, pero cuando el hombre estaba a punto de matar al ternero, no pudo hacerlo.

  «—Y cuando el ternero me miró, rompió su cuerda, se aproximó a mí y gimió y sollozó, hasta que me compadecí y dije: “Traedme una vaca y dejad ir a este ternero.”»

  Más adelante, la hija del pastor, también versada en el arte de la magia, descubrió la verdadera identidad del ternero y lo devolvió a su estado natural después de que el mercader le concediera dos deseos (casarse con su hijo y hechizar a la esposa celosa, convirtiéndola en un animal, para «estar a salvo de sus brujerías»). Pero la historia no acaba allí:

  «—La esposa de mi hijo vivió con nosotros días y noches y noches y días —continuó el anciano—, hasta que Dios se la llevó; y después de su muerte mi hijo salió de viaje rumbo a la India, la tierra de donde viene este mercader; y más adelante yo cogí a la gacela y viajé con ella de un sitio a otro buscando a mi hijo, hasta que el azar me llevó a este jardín, donde encontré a este mercader llorando. Ésta es mi historia.

  El genio reconoce que es una historia maravillosa y le promete al viejo la tercera parte de la sangre del mercader.

  A su vez, los otros dos viejos le proponen el mismo acuerdo al genio y comienzan sus relatos de forma similar:

  «—Estos dos perros son mis hermanos mayores —dice el segundo anciano.

  »—Esta mula era mi esposa —dice el tercero.»

  Estos enunciados revelan la esencia de todo el plan, pues ¿qué significado tiene el hecho de mirar algo, un objeto real perteneciente al mundo real, por ejemplo un animal, y afirmar que en realidad es otra cosa? Es igual que decir que cada cosa tiene dos vidas simultáneas, en el mundo y en nuestra mente, y que negar cualquiera de las dos es como matarla en ambas vidas a la vez. En los relatos de los tres ancianos hay dos espejos enfrentados y cada uno refleja la luz del otro. Ambos están encantados, son reales e imaginarios a la vez, y cada uno de ellos existe gracias al otro. No cabe duda de que se trata de una cuestión de vida o muerte. El primer anciano ha llegado a aquel jardín en busca de su hijo, mientras que el genio ha ido a vengar al involuntario asesino de su hijo. Lo que el anciano intenta decirnos es que nuestros hijos siempre son invisibles. Es la verdad más simple: la vida pertenece sólo a aquel que la vive; la vida misma se encargará de reclamar a los vivos; vivir es dejar vivir. Y al final, gracias a estos tres relatos, el mercader salva su vida. Así es como comienza Las mil y una noches. Al final de esta crónica, cuento tras cuento, se obtiene un resultado concreto que da lugar a la inmutable solemnidad de un milagro. Scherezade le da tres hijos al rey y otra vez la lección se vuelve clara. Una voz que habla, la voz de una mujer, contando cuentos de vida y muerte y del poder de dar vida:

  «—¿Puedo pedirte un favor, majestad?

  »—Pídelo, oh Scherezade —respondió él—, y te será concedido.

  »—Traedme a mis hijos —les dijo ella entonces a las criadas y los eunucos.

  »Se los trajeron de inmediato, y eran tres niños varones; uno caminaba, otro andaba a gatas y otro aun mamaba del pecho. Ella los cogió y poniéndolos frente al rey, besó el suelo y dijo:

  »—¡Oh, rey de todos los tiempos, éstos son tus hijos! Te ruego que me perdones la vida, por el bien de estos niños.

  »Cuando el rey oyó esas palabras, comenzó a llorar. Abrazó a los pequeños entre sus brazos y declaró su amor por Scherezade.

  »Entonces decoraron la ciudad de forma grandiosa, como nunca se había visto antes, y sonaron los tambores y las gaitas, mientras todos los bufones, los saltimbanquis y los músicos desplegaron sus diversas artes y el rey los llenó de regalos y dádivas. Además dio limosna a los pobres y necesitados y fue generoso con todos sus súbditos y la gente de su reino.»


  Texto en espejo.

  Si la voz de una mujer narrando cuentos tiene el poder de traer niños al mundo, también es cierto que un niño tiene el poder de dar vida a sus propios cuentos. Dicen que si el hombre no pudiera soñar por las noches se volvería loco; del mismo modo, si a un niño no se le permite entrar en el mundo de lo imaginario, nunca llegará a asumir la realidad. La necesidad de relatos de un niño es tan fundamental como su necesidad de comida y se manifiesta del mismo modo que el hambre.

  —¡Cuéntame un cuento! —dice el niño—. ¡Cuéntame un cuento, cuéntame un cuento, papi, por favor!

  Entonces el padre se sienta y le narra un cuento a su hijo. O se echa en la cama junto a él, en la cama del niño, y comienza a hablar, como si en el mundo no quedara nada más que su voz contándole una historia a su hijo en la oscuridad. A menudo es un cuento de hadas, o de aventuras; pero a veces no es más que un simple salto en el mundo imaginario.

  —Había una vez un niño pequeño llamado Daniel —le dice A. a su hijo Daniel.

  Estas historias en que el mismo niño es el protagonista son quizá las que más le gustan. A. advierte que, en forma similar, cuando él se sienta en su habitación a escribir El libro de la memoria, cuenta su propia historia hablando de sí mismo como si fuera otro. Para encontrarse, primero necesita ausentarse, y por eso dice «A.» cuando en realidad quisiera decir «Yo», pues la historia del recuerdo es la historia de lo que se ha visto. La voz, por lo tanto, continúa. E incluso cuando el niño ha cerrado los ojos para dormir, la voz de su padre sigue hablando en la oscuridad.





Paul Auster
En La invención de la soledad (1982)
Versión castellana de María Eugenia Ciocchini
Al pie: Portada de la edición de Anagrama
Foto: Paul Auster en 1978 incluida en Winter Journal (2012)

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